Félix Molins, un autodidacta con grandes dotes de sensibilidad.
Por José Luis Pantoja Vallejo - Cronista Oficial de la Villa de Lopera
A veces se minusvalora la aportación de algunas personas que intentan asomarse al mundo del arte a través de una formación autodidacta. Nada más lejano ocurre con el loperano de adopción, Félix Molins Garrido (Úbeda, 1937). Un hombre forjado a partir de impulsos y con un espíritu de superación digno de todo encomio. En su jubilación ha encontrado en los pinceles y en el lienzo a sus grandes aliados y como los mejores revulsivos para seguir apegado a la vida. Vengo siguiendo la trayectoria Félix Molins desde hace algunos años y puedo decir que su evolución en poco tiempo ha sido a pasos agigantados en un mundo como el de la pintura que necesita de una formación académica y de mucho valor para ponerse delante de un lienzo, aunque hay que reconocer que hay personas, como es el caso de Félix Molins que nacen con esa inquietud y no tiene ningún problema para plasmarla en algún lienzo. Pasito a pasito, sin prisa pero sin pausa como dicen los argentinos, Molins, un hombre de gran calidad humana, ha ido creando un estilo muy personal en su pintura, la cual la podemos calificar de ingenua y a la vez con una ternura y sencillez que trasmite una sensación de calma y rebosa una luminosidad que llega a lo más hondo del ser. Meticuloso hasta la saciedad, nunca esta contento con lo que hace, aunque casi llegue a altas cotas en sus composiciones. Encuentro en Molins a ese prototipo de hombre humilde que intenta superarse día a día, desde sus lagunas de formación, perfectamente corregidas con la ayuda inestimable de sus maestros Antonio Solórzano y Juan Manuel Pérez y con una lucha titánica por llegar a conseguir unas texturas de calidad en sus composiciones. Pintor enamorado de Lopera, no duda en hacer a su manera radiografías en su lienzo de los distintos edificios que conforman el rico patrimonio histórico-artístico de la villa Calatrava. Pero si algo me emocionó ver en su improvisado estudio de la calle Ramón y Cajal, son sus bodegones tratados con una exquisitez inconmensurable y con unos destellos de luminosidad que te embaucan y te introducen dentro del cuadro, del cual ya no tienes ganas de salir. Auguro por todo lo antes mencionado un futuro prometedor para Félix Molins, al cual le queda mucho por aprender, pero con sus ganas y su trabajo diario seguro que llegará a alcanzar las cotas que se proponga. Ojalá sigas trabajando con el mismo ímpetu y ánimo del primer día en la creación de nuevas composiciones, pues me alegro que hayas encontrado en la pintura una nueva forma de vida.
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