Semblanza del Camino desde Lopera hasta el Santuario de la Virgen de la Cabeza, por Manuel Morales Alcalá, el último guía romero de Lopera
Por José Luis Pantoja Vallejo - Cronista Oficial de la Villa de Lopera
Con el paso de los años se ha ido desvirtuando en la villa de Lopera una tradición que siempre ha gozado de gran aceptación entre los devotos a María Santísima de la Cabeza, cual es hacer el camino a pie desde Lopera hasta el Cerro del Cabezo. Una de las personas que mantuvieron esta tradición mientras pudo es Manuel Morales Alcalá, un loperano de 77 años, que durante casi dos décadas fue el guía romero encargado de llevar a los grupos de loperanos (formados por alrededor de una treintena de personas de ambos sexos) hasta el Santuario de la Reina de Sierra Morena, uno de sus acompañantes y con el que mantuvo la tradición hasta el final fue Benito Alcalá Huertas, el cuál cuando llegaba al Santuario y tras ver a la Virgen, se iba a dormir debajo de las andas de la Morenita para ser el primero a la mañana en portarla en procesión. Hoy en día, este casi octogenario devoto de la Virgen de la Cabeza, se lamenta que ahora es todo diferente y se ha perdido ese compañerismo que reinaba en los grupos que él llevaba cada año haciendo el camino. Múltiples recuerdos guarda celosamente este loperano cuando en los días previos a la semana última de abril su casa era un hervidero de personas que iban para pedirle que les acogiera en el grupo y así podían ir con él a recorrer el camino (mujeres de todas las edades, jóvenes, hombres de mediana edad, etc.). Manuel siempre asumía la responsabilidad ante las familias de cuidar a las personas mayores para que no les ocurriera ningún contratiempo, además de acompañar a los más débiles hasta llegar al cerro y también evitaba las bravuconerías de los jóvenes manteniendo con ello el respeto sobre las muchachas jóvenes. Llegado el día de partir y después de convenir una hora, que solía ser las nueve de la mañana del viernes, todos los romeros se concentraban en la explanada del Cuartel de la Guardia Civil de Lopera, en dicho lugar iniciaban la partida tras realizar un rápido recuento para constatar que todos estaban preparados con sus morrales y algún bastón para salir. A continuación tomaban camino por la carretera vieja de Andújar hasta llegar a la antigua nacional IV (carretera de Madrid) y de ahí transcurriría el trayecto seguidamente hasta alcanzar los Llanos del Sotillo donde se detenían para reponer fuerzas. Según Manuel nos narra, allí unos tomaban café, algunos hombres pedían una copa de aguardiente, bocadillos para comer o un vaso de leche, etc. “vamos lo que cada uno quería”. Hacia la una del mediodía llegaban hasta la ciudad de Andújar y se dirigían a una fonda que había frente al antiguo Hospital Municipal, llamada Fonda Jiménez donde alquilaban un par de habitaciones (una para las mujeres y otra para los hombres) con el fin de descansar durante la tarde y parte de la noche, por el módico precio de dos duros por persona; al ser muy numeroso el grupo de loperanos, éstos se turnaban para descansar en el par de camas que había en cada habitación, aunque los más jóvenes se tendían en el suelo o incluso algunos se iban a dar una vuelta por la ciudad para divertirse. A la una de la madrugada del sábado partía todo el grupo hasta el Camino del Cementerio y desde allí seguían el recorrido monte a través por las veredas que el antiguo guía romero Manuel Bueno Chueco “el moreno manos negras” le había enseñado años atrás a Manuel Morales. La siguiente parada se hacía en el entorno de San Ginés, donde había unos comederos y se aprovechaba para reponer fuerzas y rezar una Salve a la Morenita que ya se podía divisar percibiendo en sus rostros la brisa a romero, lentisco, tomillo y jara con los primeros rayos de luz del sol. Un nuevo recorrido les llevaba hasta el río Jándula, lugar donde se lavaban y refrescaban y ya desde aquí proseguían a un paso más pausado, esquivando como bien podían lo escarpado del terreno, hasta llegar a un punto del camino al que llamaban “el camino a la libertad” que ya les conduciría sin problemas ni obstáculos hasta la Casa de la Cofradía de Lopera y acto seguido, subían la calzada hasta llegar al camarín de la Virgen donde tras saludar a la Reina de Sierra Morena escuchaban la Santa Misa.
De las múltiples anécdotas que este loperano vivió nos cuenta, por ejemplo, una que le sucedió a un joven del grupo de romeros que hacían el camino al Cerro del Cabezo en un año en el que llovió abundantemente. Aparte de mojarse como el resto de loperanos, este joven sufrió grandes calamidades para llegar hasta Andújar, tales como vejigas, distintas rozaduras, etc. Por el mucho sufrimiento, el joven loperano quiso quedarse en Andújar, pero entre los demás compañeros le convencieron para que continuase; al llegar al río Jándula y con claros síntomas de fatiga y agotamiento (entre otras cosas tenía los pies reventados y con ampollas) exclamó. “Ya no vengo más” y fue necesario la ayuda de otro compañero para poder llegar hasta la Casa de Lopera adonde llegó medio descuajaringado, allí se sentó en un poyo y permaneció durante de toda la Romería sin subir al Santuario acompañado en todo momento por su madre. A pesar de lo que dijo en aquella ocasión, el joven, hoy ya mayor sigue haciendo el camino a píe para reencontrase con la Morenita. Otra curiosidad que nos cuenta Manuel era la que tenían por costumbre los romeros de diversos pueblos que acudían al Cerro, conocida como “dar vayas” (Mofas entre romeros). El trayecto de varios días hacia el Santuario se vivía con gran camaradería entre romeros de Alcalá la Real, Arjona, Torredonjimeno, Arjonilla, Cañete de las Torres e incluso un año conocieron a un romero que venía descalzo desde Colomera y para que los pies se le encallaran, había permanecido durante cinco meses trabajando sin calzado. También, como curiosidad, queda el relato que nos hace Manuel de cómo servía el camino para unir, “ennoviar” según sus palabras a las parejas de novios entre loperanos que más tarde se casarían; entre una de las muchas historias que se recuerdan con este motivo, hay una cancioncilla popular que recoge lo sucedido a unos novios cuando regresaban a Lopera y dice así:
A la venida del Cerro
no sabéis lo que pasó,
que la hija del Pelayo en el río se cayó.
El novio que iba a su lado al instante se tiró,
haber si podía salvar el alma y su corazón.
Ella le dice: ¡Ay Paco mío, lo que he pasado dentro del río!
y él le contesta con mucho amor:
¡Calla, que yo he perdido hasta el corazón!
Por último, Manuel nos narra con lágrimas en los ojos como en cierta ocasión su hijo Luis, a la edad de siete años, sufrió un accidente al caerse a lomos de una borrica y, dado que salió ileso del percance, se echó una promesa que cumplió fielmente al año siguiente llevando a su hijo sobre su espalda y a veces, en el costado hasta recorrer todo el camino y llegar al Santuario de la Virgen de la Cabeza donde, ante el camarín de la Virgen, le rezaron juntos para agradecer su intercesión divina. Manuel incide en todo momento en el hecho de que durante todo el camino y pese a su gran fortaleza física, debía cumplir con lo acordado con las familias loperanas haciéndose cargo de los más débiles o cansados del grupo siendo el último del pelotón y ayudando continuamente a sus vecinos hasta llegar al Cerro, hasta el punto de que junto a su amigo Benito Alcalá Huertas cedían sus hombros para ayudar a desplazarse a las personas de más edad o que hubieran sufrido alguna torcedura o le faltasen las fuerzas.Actualmente son multitud las personas que están muy agradecidas a este loperano por su labor desinteresada ya que durante muchos años hizo de guía romero y, todas ellas quisieran mostrarle su reconocimiento público por su esfuerzo y dedicación en el mantenimiento de una tradición y de una devoción, pues aunque tomaron el testigo otros, no mantienen su esencia ya que el camino sólo lo realizan algunos loperanos bien por la carretera o bien por la trocha con subidas organizadas al Cerro del Cabezo (varias veces al año) por las peñas romeras, como la de los “Peregrinos del Alba”, o la del “Chaparrón” que ayudan cada año a los romeros loperanos, así como a los de otros pueblos vecinos a realizar el camino al Santuario con guías, material para el avituallamiento y apoyo humano, pero en todo caso lo hacen grupos muy reducidos de personas o bien loperanos de forma individual.
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Manuel Merino Valenzuela -