Las matanzas familiares en vías de extinción.
Por José Luis Pantoja Vallejo - Cronista Oficial de la Villa de Lopera
Por el otoño vuelven las tradicionales matanzas loperanas. En estos días se están llevando a cabo las típicas matanzas familiares en algunos domicilios de Lopera. Atrás quedó el engorde del cerdo durante meses en las cochiqueras. La familia Gil Lara es de las últimas que mantienen viva esta rancia tradición de la matanza. Un año más, Juan Huertas Simón “El Perruno”, el cual lleva más de 1.000 cerdos matados durante su dilatada vida como matarife y sus hijos Juan y Francisco, cumplieron con el ritual y a la antigua usanza mataron con la ayuda de varios vecinos dos cerdos, uno de 180 kilos y otro que sobrepasó los 230 kilos. Son escenas como el arrastre del cerdo y montarlo sobre la mesa, el atarle las patas y manos, sacrificarlo, mover la sangre, pelarlo, abrirlo en canal, descuartizarlo, hacer los chorizos y morcillas, que forman parte de la historia de muchas generaciones de loperanos, que en estos días están en vías de extinción, pues cada día hay más impedimentos por parte de sanidad para conceder el llevar a cabo estas matanzas en los domicilios particulares. Quizás sean los más mayores y los más pequeños los que disfrutan más con ver las matanzas, unos porque aún se siguen sintiendo útiles y colaboran en la elaboración de los productos típicos (chorizos, salchichón, morcillas, tocino etc.) y pelando los sacos y casos de cebollas, salpicados con una que otra lágrima y otros por las expectativas que supone ver como se mata un animal y poder jugar después un partido de fútbol improvisado con la vejiga del cerdo. No faltaron en la matanza los típicos dulces y el anís y coñac para aliviar el frío de la madrugada. Hoy día casi nadie tiene ya cochiqueras en sus casas y menos aún apuestan por el engorde de cerdos, pues es más fácil ir a cualquier supermercado y adquirir cualquier producto de la matanza sin tener que pasar por todos los inconvenientes que hoy día supone tener animales en las casas, sin embargo todavía hay familias que se resisten a que se pierda ese olor genuino que desprende e inunda las casas durante la matanza familiar.
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