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José Luis Pantoja Vallejo

Literatura, anecdotario y tradiciones en torno al vino de Lopera.

Literatura, anecdotario y tradiciones en torno al vino de Lopera.

Operarios de las Bodegas Valenzuela. Año 1932

Por José Luis Pantoja Vallejo - Cronista Oficial de la Villa de Lopera

Hoy en cronistadelopera nos haremos eco de algunas de las muchas vivencias que han acontecido en torno al vino y que forman parte de la idiosincrasia de la villa de Lopera. Para poderlas recoger hemos tenido que mantener unos ratos inolvidables con los muchos loperanos que han dado su vida por entero a la vitivinicultura y que hoy las recuerdan con gran nostalgia. Un apartado importante de ellas, se plasmaron a través de rótulos manuales realizados con tizas en las botas de roble americano, con motivo de las innumerables visitas que se hacían a lo largo del año por personalidades a las bodegas. En cierta ocasión y con motivo de las Fiestas de los Cristos visitó Lopera en plena II Republica el que fuera Gobernador Civil de Jaén, Ramón Fernández Matos, el cual llegó a rotular en una bota de las bodegas Valenzuela la siguiente inscripción:

“La desgracia del Diluvio Universal

fue que lo que cayó fue agua”

 

Otra inscripción muy curiosa fue la que hicieron en los años 60 del siglo XX, un grupo de mexicanos, en su visita a las Bodegas Sotomayor, la cual decía así:

“Cuando la aguas destrozan los caminos

que harán los vinos con nuestros intestinos”

Los famosos de la época también visitaron las Bodegas Sotomayor, en los años de máximo esplendor de la Copla, la loperana, Águeda Ruiz “Rocío de Lopera” visitó la tercia baja y rotuló en una de sus botas la siguiente inscripción:

“Aunque vaya a la Luna

a Marte, a Venus o al Sol

no hay mejor cosa en el mundo

que el vino Sotomayor”

En las Bodegas de la Purísima Concepción, propiedad de Juan Criado Martínez, había una inscripción muy ocurrente, que servía de eslogan para la venta de estos vinos, la cual decía así:

“Tengan en cuenta señores

que el que bebe de este vino

el mejor de los mejores

no se va con Tomás del Pino”

 (Tomás del Pino era el enterrador municipal).

En cuanto a las anécdotas, una de ellas ocurrió en las Bodegas de Alfonso Sotomayor, que existían en el Castillo de Lopera. Su dueño Alfonso Sotomayor Valenzuela, tenía la costumbre de que a todos los buenos clientes que se acercaban al despacho del castillo para comprar vino en garrafas, les invitaba a una copa de vino. Así decía a Manuel Clemente Cámara, que atendía el despacho de vinos, una vez que terminaba de llenar todas las garrafas:

“Manuel invita a este señor a una copa de vino raya, que tiene el alimento de un huevo frito”.

Otra muy curiosa ocurrió cuando en cierta ocasión vinieron a Lopera unos representantes de muebles para mantener una reunión con los miembros de la Cooperativa Loperana del Mueble (COLOMU). Tras finalizar la misma fueron a visitar las Bodegas del Castillo y se interesaron por el edificio que albergaba las mejores soleras, es decir la tercia baja. Entonces, Juan Clemente se la enseñó gustosamente y les ofreció de beber de la popular “sacristía” (cachón de varias medias que contenían vino viejo y Pedro Ximénez dulce). Tras probar aquel delicioso manjar uno de ellos se sacó el pañuelo del bolsillo y lo roció de vino, diciendo que era para conservar el extraordinario olor que desprendía, que a su juicio:

“Resucitaba a los propios muertos”.

En torno a las Paseras de uvas Pedro Ximénez, también se vivieron algunas anécdotas dignas de mencionar, como aquella que sucedió una noche del mes de septiembre, cuando un grupo de jóvenes muchachas decidieron ir a hurtar uvas pasas, con tan mala fortuna que fueron sorprendidas “in fraganti” por el guarda de la pasera, un hombre un tanto picarón, el cual a voces les decía con un tono irónico:

“Muchachas si uvas me queréis robar antes me tenéis que calentar”.

 Las ventas de vino dulce en la localidad no eran muy grandes al valer el litro de vino dulce el doble que el vino blanco y se solían limitar a las que se hacían cuando había una boda, que se compraba vino dulce para las mujeres, también se vendía el vino dulce para decir misa y para abrir las ganas de comer.    

Hay que indicar que con las uvas que rebuscaban se hacía vinagre. Primero se machacaba la uva con los pies, después el mosto resultante se filtraba con un trapo y se depositaba en una orza y con un palo se le daban “palizas” o sea se removía hasta que se avinagraba.

Los cambios de la transición política también tuvieron su eco en los viñedos loperanos, pues el Guarda de Campo que tenía la Cámara Agraria de Lopera, Diego Pérez,  fue cesado en sus funciones y se tuvo que ir a trabajar a la vendimia. Así cierta tarde cuando el calor y las chicharras estaban en pleno apogeo, dijo el bueno de Diego Pérez a toda la cuadrilla que trabajaba en el Pago de Valcargado:

“Muchachos con esto del politiqueo, cortando uvas me veo”

También han llegado hasta nosotros las críticas que algunos Guardas de viñas hacían de sus compañeros al no cumplir con la jornada laboral, una de ellas se recoge en la siguiente coplilla popular:

“El guarda chupete

sale a las 11

y a las 12 se mete.

Y el guarda gordete

todo el día en el campete”

Antes de la Guerra Civil, uno de los puntos de venta de vino, estaba ubicado en el Llanete de Orgaz, era el despacho de Bartolomé Valenzuela, conocido como “La Sociedad”. Allí vendían el litro de vino blanco corriente a 30 céntimos y si le decías al dependiente que era Felipe Lara “El Pipi” échame un chorreón de Dulce Imperial, entonces valía el litro 35 céntimos, acto seguido el dependiente, giraba la manivela de una gran máquina registradora y te daba tu correspondiente tike de compra. Cuando juntabas 10 ticket, los podías canjear por un litro de vino gratis (era una manera de incentivar la venta de vino). También recopilaremos algunas inscripciones que había en las tabernas de Lopera, una curiosa  había en una taberna sita en la calle Vicente Rey, 50, propiedad de Manuel Baeza “Bacalao” alusiva a los vinos Valenzuela y que decía así:

“Donde vas tan deprisa

sin tomarte una chicuela

pasa aquí y saborea

los mejores vinos Valenzuela”

 

 Otra de ellas estuvo en el mostrador del bar de Tomás el de la taberna, sita en plena Plaza de la constitución, que también era alusiva los vinos Valenzuela y decía así:

“Con tapa o sin tapa el Fino Valenzuela siempre destaca”

Por último nos haremos eco de una canción que se compuso a los vendedores de vino dulce de Lopera, los cuales solían bautizar más de lo normal el vino con agua. Con la misma se pretendió dar publicidad a las bodegas y d camino resaltar lo importante que era el comprar el vino en la bodega si no querías que te metieran “gato por liebre”.

“Señores voy a contarles

la verdad en breve tiempo

de todos los vendedores de vino dulce

que habitan en este pueblo.

Primero comenzaré con los taberneros

que bautizan el vino dulce

con capeche bueno

y también lo bautizan

con agua del tiempo.

y así se emborrachan

los hombres tan prestos.

Cobran la copa muy cara

ellos se cuidan muy bien

todo sale del borracho

y de todo el que va a beber.

Cuando se emborrachan

del Pedro Ximénez

pierden el sentío

entonces el tabernero

hace el buen avío.

La pluma se gasta

de tanto sumar

y lo que les piden

le  tienen que dar.

Por suerte amigo mío

en las Bodegas Valenzuela

puedes encontrar muchos toneles

repletos de dulce Pedro Ximénez.

Sin capeche, y sin nada de agua

y por sólo una peseta y 45 céntimos

te sirven un buen litro

y derechito para la casa.

 

Las bodegas también fueron mofa de algunos loperanos en sus composiciones literarias, este fue el caso de la poesía que compuso Miguel de la Torre Barbosa a los vinos que se elaboraban en las bodegas “Mary-Loren” de los Hermanos Alcalá, conocidos en el pueblo como “Los Cerezos” y que dice así:

La tripa se limpia sola

“Dicen que es año mariano

y es un año muy divino

y por eso los “Cerezos”

hacen rebaja en su vino.

Eso tiene su misterio

porque ese nunca lo vendían

pero si llega año nuevo

y hacen una regalía

a lo barato del precio.

Echan un pregón en la plaza

de los hermanos “Cerezos”

a peseta el litro de vino

para el pueblo y para el forastero.

Desde las nueve a la una

está la venta en funciones

para que vayan las criaturas

por el caldo de alcaparrones.

Debían de haber cogido

el carrillo de Cantero

y lo hubiera llevado “Potes” a portes

al arroyo el Buñolero.

O de fino San Martín

o de otro Mary-Loren

lo debía de haber echado

y hubieran ganado honores.

Señores no hay que asustarse

que yo de nada me quejo

me he cagado en los calzones

¡Viva el vino Monteviejo!

 

El final de las bodegas y los vinos de Lopera fue vaticinado por el  loperano Manuel Huertas de la Torre en un poema recogido en la revista Cajasur nº 7 del año (1984- 18) que hacía una elegía a los vinos de Lopera en los siguientes términos:

 

“Siento que se me va la borrachera,

que mi vino muere “envenenado”.

Yo recuerdo las bodegas de Lopera

que al tonto convertían en sonajera

y que pronto le dejarán anonadado.

Son cuatro las bodegas de Lopera:

Mary-Loren, Herruzo, Sotomayor...

y la primera bodega de Valenzuela;

cuatro rosales en flor

que perderán su verdor

porque el tallo de la rosa se congela.

Que Baco se apiade de Lopera,

y así que la haya perdonado

que la funda en una hoguera

dando luz a su ceguera

por el mal que el ha causado.

¡Adiós,  fino Herruzo!

¡Adiós, fino Valenzuela!

Con el dolor hasta en el tufo...

¡Adiós , vinos de Lopera!

 

En cuanto a las tradiciones comenzaremos nuestra andadura con una tradición un tanto peculiar que se impuso en los años 30 del siglo XX, que era que había madres- sin duda con buena fe y por ignorancia- que a los niños llorones, después de la papilla, les mojaban el chupete repetidas vedes en Vino Dulce Pedro Ximénez, para que los niños durmiesen  “sin dar un ruido”. Y supongo que lo conseguirían, pues aún así los niños crecían sanos y alegres, muy sonrientes, hacían sus palmitas y hasta salían andando antes del tiempo. Otra tradición un tanto extraña era que cuando una persona estaba ya moribunda se le solía dar una copita de vino dulce, con un significado un tanto irónico como era el pensar que este vino serviría para endulzar el mal trago que se le venía encima y de paso para alegrar el viaje que le esperaba al moribundo. 


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