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José Luis Pantoja Vallejo

El loperano Benito Valenzuela Lara. Cañerillo y "Bocidón" por Domingo Echevarría

El loperano Benito Valenzuela Lara. Cañerillo y "Bocidón" por Domingo Echevarría

Benito Valenzuela y Domingo Echevarría

Por José Luis pantoja Vallejo - Cronista Oficial de la Villa de Lopera

En el libro "D. Antonio Cañero, una visión apasionada" (Córdoba,2012) de Domingo Echevarría se recoge el siguiente texto de la relación que tuvo el loperano Benito Valenzuela Lara con D. Antonio Cañero y que lleva por título: "Cañerillo y Bocidón" que ahora damos a conocer:

CAÑERILLO Y “BOCIDÓN”

Benito Valenzuela Lara, nacido el 9 de julio de 1928, en Lopera (Jaén), es desde su infancia un apasionado aficionado a los caballos. Cuando sólo contaba 6 años de edad, ya era conocido en su pueblo como aventajado jinete. Su abuelo, Benito Valenzuela Santiago, era también aficionado a los caballos y, en su casa siempre los hubo, donde su nieto, el joven Benito, disfrutaba de ellos. Don Bartolomé Valenzuela Rueda, paisano del joven Benito y emparentado con su madre, era un gran amigo de don Antonio Cañero, y a su vez de don Luis Ruiz de Castañeda, al extremo de que, cuando don Luis escribió su libro “Camperas”, en 1927, le dedicó el apartado del mismo titulado, “Cinegéticas”, en estos términos: A don Bartolomé Valenzuela y Rueda, iniciador de mis aficiones cinegéticas, con un cariñoso abrazo”. Don Bartolomé, a fin de ayudar al sector más desfavorecido de Lopera, su pueblo, organizó un Festival Taurino a beneficio del paro obrero, que ya existía en aquellos tiempos. Como era natural, dada su amistad con don Antonio Cañero, dejó la organización del mismo al genial caballero cordobés, conociendo la generosidad de este. La plaza improvisada fue la del ayuntamiento loperano, y el cartel lo completó el matador de toros cordobés Antonio de la Haba Torreras, que junto a Cañero, siempre estaba dispuesto a estos gestos benéficos. Se lidiaron dos novillos de don Florentino Sotomayor. La fecha se fijó para el 31 de agosto de 1934. Ya en los preliminares del festival, se pensó en alguien que hiciera el papel de aguacilillo y pidiera la llaves a la autoridad, que también tendría un asesor de lujo: nada menos que el ex-matador de toros Rafael González “Machaquito”. Derecho se fue don Bartolomé hacia la figura del joven Benito, que ya era sobradamente conocido por su destreza a caballo, y al que Cañero preguntó si sería capaz de montarse en el caballo que le mostraba. Se trataba del caballo “Bocidón”, un tordo “rodao” que don Antonio usaba para la suerte suprema. No lo dudó el joven Benito diciendo: ¡yo si.. que soy capaz!..., a la vez que decidido montó a “Bocidón” en un periquete. Echó Benito el improvisado paseo, al “paso español”. El caballo acostumbrado a saltar a los toros y encontrar una pequeña palmera como obstáculo, la saltó con el joven Benito encima, que no perdió ni un ápice de su compostura de avezado jinete. Asombrado quedó Cañero con la destreza y la afición del joven chaval, tanto que Benito pidió las llaves con “Bocidón”, e hizo el paseíllo junto a Cañero aquella tarde, y Cañero pidió a su familia que lo dejasen vivir con él en su finca de “la Viñuela”, para transmitirle sus conocimientos ecuestres. Así fue como el joven Benito convivió una temporada con don Antonio Cañero. En la entrevista que mantuve con él, emocionado, me habló de cómo disfrutó aquellos meses que vivió junto a Cañero y su esposa María Morales, de la que me resaltó su exuberante belleza: no era ni gorda ni flaca- me decía Benito- era guapísima, y me decía- tu aquí puedes hacer lo que quieras, esta es como tu casa- Me contó lo que disfrutó con aquellos caballos, y como recordaba la belleza de aquel guadarnés de don Antonio, así como lo sentaba en sus fuertes piernas y le hacía el caballito. Con Cañero, Benito Valenzuela, presidió la cabalgata de reyes del año 1935, y sus visitas a “Córdoba la Vieja”. No faltaron tampoco las lágrimas de añoranza, que en aquella entrevista, Benito Valenzuela, a sus casi 84 años, derramó al decirme, como Cañero, le dedicó el cariño del hijo que no tuvo. Pero a Benito lo echaban de menos sus padres, sus abuelos, sus tíos, y él a ellos, así como también sentía el tirón del terruño, lo que hizo que finalmente volviera a su pueblo, Lopera, sin dejar de preguntarse hoy, al cabo de los años que hubiera sido su vida junto a aquel hombre, al que un día, por azar, le debe el apodo con que hoy es conocido en su pueblo y alrededores: “Cañerillo”.


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